
Pero donde el simbolismo de posturas más claramente se conjuga con la expresión de los rostros, es sin duda, en esa auténtica maravilla que es la Virgen de los Palafreneros, cuya reciente restauración ha puesto de relieve su inmensa calidad pictórica. Aquí, María y santa Ana, de nuevo la vieja capitolina, son abuela y madre absortas en la contemplación de su divino vástago, de sus primeros pasos. Mas lo importante, lo decisivo en el cuadro está en los pies de la Virgen y Jesús. Es ella sí, quien aplasta la cabeza de la serpiente, pero es el pie del Hijo, quien impulsa al de la Madre en amoroso apoyo, como legitimando el hecho.
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